¿Cuántas veces has mirado tu teléfono en la última hora? ¿Y mientras estabas navegando por la web? De hecho, ¿Estás usándolo ahora mismo? Si eres como la mayoría, probablemente estés enganchado al smartphone y ni siquiera te has dado cuenta. Lo bueno es que no estás solo, lo malo es que tu móvil puede comenzar a considerarse como una parte más de tu anatomía. ¿Pero por qué?
Este fenómeno no solo es bastante común, y entre gente de cada vez mayor edad, sino que está profundamente arraigado. De hecho, estudios recientes de todo tipo y condición han demostrado que 9 de cada 10 personas se sienten ansiosas cuando no tienen su teléfono cerca, mientras que el 80 % experimenta celos si otra persona lo usa (sí, celos). Incluso, mucha gente desvela que prefiere que se le rompa un hueso antes que el teléfono.
¿Cómo es posible?
El cerebro, la dopamina y el teléfono
El auge de los smartphones no ocurrió de la noche a la mañana. Su impacto está estrechamente relacionado con la dopamina, un neurotransmisor asociado con la recompensa y el placer. Las primeras experiencias con un smartphone, como recibir un mensaje agradable o reconectar con un amigo, generan una liberación de dopamina que el cerebro asocia con el dispositivo.
La dopamina, sin embargo, tiene un efecto transitorio: su impacto desaparece rápidamente, dejando al cerebro en busca de más. Este ciclo de recompensa y deseo refuerza el hábito de usar el teléfono constantemente. Cada notificación, mensaje o publicación en redes sociales puede ser suficiente para desencadenar otra pequeña dosis de esta sustancia. Vamos, que acabas sometido a la tiranía de los likes.
Pero, ¿por qué sucede esto con los teléfonos, más que otros dispositivos como las tablets o los portátiles? ¿Por qué tienen este efecto tan poderoso? La clave está en su uso social. Mientras las tabletas se emplean más para actividades pasivas como leer o ver videos, los teléfonos sirven como portales para la interacción social: mensajería, redes sociales y llamadas son actividades frecuentes.
Y, al final, la conexión social es esencial para los seres humanos. Desde una perspectiva evolutiva, depender de otros fue crucial para la supervivencia. Monitorear el comportamiento de los demás nos ayudaba a entender qué acciones eran culturalmente apropiadas y qué relaciones eran más beneficiosas. Los teléfonos móviles y las redes sociales han amplificado esta dinámica, y nos dan acceso inmediato a la vida de los demás y la posibilidad de compartir nuestras propias experiencias.
Desconexión real
Ahora, aunque los teléfonos nos mantienen conectados a nivel virtual, también pueden interferir en nuestras relaciones cara a cara. El “phubbing” (ignorar a alguien por usar el teléfono) es un fenómeno cada vez más común que disminuye la calidad de las interacciones personales, incluso en relaciones significativas como el matrimonio. ¿Cuántas veces has visto a una pareja o a un grupo de amigos comiendo o reunido y todos están mirando el móvil sin interactuar con ellos?
Estudios han demostrado que la mera presencia de un teléfono sobre la mesa puede reducir la sensación de conexión y empatía durante una conversación. Este efecto, aunque sutil, muestra cómo los dispositivos afectan nuestras relaciones más cercanas, a pesar de estar diseñados para mantenernos unidos.
Si bien esto no es lo mismo que una adicción clínica, pues no genera los mismos síntomas de abstinencia ni tiene consecuencias tan graves como otras adicciones. Sin embargo, sí puede convertirse en un hábito perjudicial que consume tiempo y energía emocional.
La buena noticia es que si entendemos la psicología detrás de nuestro uso del teléfono, al igual que lo han hecho todas las marcas mediante herramientas de bienestar digital para alejar nuestra mirada del smartphone, podemos tomar medidas para controlarlo. A eso le sumamos apps como Flipd que permiten rastrear el tiempo de pantalla y establecer metas para reducir el uso diario, igual que otras nos ayudan a dejar de fumar.
No son malos, pero hay que saber usarlos
¿Es un coche peligroso solo porque hay accidentes? No, de hecho son herramientas que nos han permitido evolucionar y llegar hasta donde estamos. Pues lo mismo sucede con los smartphones. No son tan malos, solo hay que saber usarlos. Nuestros móviles nos permiten mantener redes sociales amplias y diversas, cruciales en un mundo globalizado, por lo que fortalecen relaciones a larga distancia, facilitando el apoyo mutuo y el aprendizaje compartido.
El desafío es encontrar un equilibrio: disfrutar de los beneficios de los teléfonos sin permitir que interfieran en nuestras relaciones cara a cara. Reducir el tiempo de uso consciente puede mejorar tanto nuestra salud mental como nuestras conexiones personales, por lo que no está de más que reflexiones sobre cuánto usas tu teléfono, si es una barbaridad, y busca formas de limitarlo.