Acaba de sonar mi iPhone. Número desconocido. Horas intempestivas. Contesto. Descuelgo como tú nos enseñaste en el 2007, sobre aquel escenario presentando tu nuevo gadget llamado iPhone, con la ilusión de un niño pequeño con los regalos de Navidad. Deslizo el dedo. Lo que oigo a continuación es lo que todo el mundo temía desde años y nadie deseaba que llegase el momento, cuatro palabras: Steve Jobs ha muerto.
Las palabras se pierden y sin embargo el silencio es ensordecedor. Con esperanza compruebo todas las fuentes de noticias habidas y por haber deseando un desmentido, o quien sabe, hasta una foto en Twitter que afirme que te acaban de ver por Cupertino jugando con tu nuevo iPhone 4S. La esperanza se agota cuando llego al sencillo oratorio que tus compañeros han montado para ti en la página web de tu casa.
Desde el 2004 luchando contra algo prácticamente invencible, y no solo luchando sino burlando en más de una ocasión este día. En una ocasión nos dijiste: «Ser el hombre más rico del cementerio no me importa… acostarme todas las noches diciendo que hemos hecho algo maravilloso es lo que realmente cuenta para mí». Y como siempre fiel a tu palabra. Puedes estar tranquilo sabiendo que Apple ha hecho cosas increíbles.
Te vas con los deberes hechos. Dejas el camino marcado. Hace un año presentabas el iPhone 4 en un escenario, bromeando sobre como ya todos lo conocíamos. Ayer tu mano derecha nos enseñó el iPhone 4S, y no hay nada que nos alegre más que saber que has podido verlo nacer antes de dejarnos. Para nosotros, el nuevo iPhone lleva un S en tu nombre, Steve.
Nos dejas cuando ya lo has colocado todo. Hasta tu salida es tan elegante y controlado como absolutamente todo lo anterior. Has cuidado todos los detalles hasta el final, y solo lo has dejado cuando no quedaba nada por hacer.
Hoy no habrá disputas ni diferencias con competidores y contrarios a tu filosofía; habrá un espejismo pacífico como colofón final.
Gracias. No hay mucho más que decir. Descansa en paz y suerte. Has dejado el listón muy alto.